No hay asunto más irritante y que genere mayor rechazo en cualquier parte del mundo que un extranjero empoderado que toma decisiones de cómo se debe llevar un gobierno: tal cosa se atribuye el asesor argentino de Vizcarra cuando se marketea diciendo que su trabajo aquí en el Perú es ser el «legitimizador» del régimen.
No ha podido hacerse pública en peor momento la participación del asesor y publicista argentino Maximiliano Aguiar en el gobierno de Martín Vizcarra. Y digo esto porque muy pronto se le va a asociar inexorablemente como extranjero que es. Más aún con el creciente rechazo que en las clases populares están teniendo los emigrados venezolanos que acaban de convertirse en problema político gracias a Ricardo Belmont, candidato a la Alcaldía de Lima.
Así pues, el panorama para los extranjeros en el Perú –pero sobre todo para los que tienen un high profile en la toma de decisiones– será muy malo. Y quienes se arrimen a ellos correrán la misma suerte.
Beto Ortiz le preguntaba a un entrevistado venezolano, qué había pasado en el Perú que hasta ayer nomás emprendía cruzadas de solidaridad a favor de los hermanos venezolanos. Mientras que hoy, inexplicablemente para él, sucedía todo lo contrario; esto es, una ola xenófoba muy fuerte e imposible de soslayar. Extraña que una persona inteligente como es Ortiz no caiga en cuenta de que lo que pasó fue el EXCESO. Todo exceso genera una reacción negativa.
Cuatrocientos mil venezolanos en el Perú y 900% de crecimiento de los emigrados de esa nacionalidad en los últimos dos años es la respuesta. Es obvio que aquí hay un problema que no existía cuando los hermanos venezolanos recién llegaban y no eran muchos. Y no hay mejor manera de hacerlo entendible, sobre todo para una élite –de “informados”, “académicos” y periodistas– que el dicho popular “la caridad empieza por casa”. Contra esto tan simple se estrellará y pulverizará cualquier explicación racional o cualquier apelación al sentimiento.
En este contexto no es Venezuela lo principal cuando se desata la xenofobia. Los venezolanos son el catalizador, sin duda. Pero muy pronto el discurso político y social tendrá a los extranjeros en general como prioridad de los problemas a resolver por la clase política. Y ahí entra el asesor argentino Maximiliano Aguiar. No hay asunto más irritante y que genere mayor rechazo que un extranjero empoderado que toma decisiones de cómo se debe llevar un gobierno.
Fatal. Si Favre generaba rechazo como eminencia gris en el gobierno de Ollanta Humala sin ola xenófoba de por medio, ya se imaginarán los duros tiempos que le esperan al asesor argentino. Más aún cuando, sin ningún criterio se jamonea él mismo en los diarios de su país como el factótum del gobierno de Vizcarra. Además, comete la imprudencia de aparecer en la foto de un consejo de ministros presidido por el mismo jefe del Estado (puede usted mismo ver la imagen que acompaña esta nota).
La oposición, a la que Vizcarra ha lanzado el guante en la cara por consejo del argentino, se encargará sin duda de pasarle la factura. Haciéndole preguntas como: ¿cuánto cobra el señor Aguiar por sus asesorías? ¿Las paga quién? ¿Tiene acceso a la información privilegiada del gobierno ya que se sienta en el Consejo de Ministros para diseñar estrategias de comunicación? ¿Tiene agenda propia?
Y lo más probable es que el señor Aguiar sea citado a una comisión del Congreso opinando sobre asuntos y tomando decisiones que nos afectan. De poco valdrán entonces las explicaciones racionales sobre su trabajo: ¡el argentino terminará representando a los 400 mil venezolanos!