Mandaban en su corte costera; podían cambiar de marido cuando querían y su belleza sin par enloqueció a más de un español.
Eran lindísimas, de espectacular presencia, rostro bello y enigmático porte. Eran señoras, eran cacicas, eran gobernadoras, ejercían el mando femenino en la costa norte. Las Capullanas. Más de un español venido con Pizarro enloqueció por ellas.
Se habla de la capullana de Pariñas que invitó a Pizarro a bajar de la nave y compartir un agasajo. La tradición sostiene que en el desembarco al conquistador se le cayó la espada en el mar movido (psiconalistas abstenerse de interpretar) y la capullana le recuperó la herramienta con la ayuda de expertos buceadores tallanes.
La embarcación navegaba aún rumbo al sur y poco antes de Trujillo se recibió la invitación de otra capullana. Tras el encuentro la nao siguió; dio vuelta a la altura de la desembocadura del río Santa y al volver a la costa norteña Pedro Halcón, que había quedado literalmente embobado desde el primer contacto, pidió permiso para quedarse con la capullana. Y aunque el piloto Bartolomé Ruiz pretendió hacerlo entrar en razón a palos, Halcón se entregó al encanto.
Atención: las capullanas podían cambiar de marido a su voluntad y cuantas veces quisieran. De Halcón no se supo más. De otro enamorado, Alonso de Molina, se supo que había fallecido tras haber tenido hijos. Eran los primeros mesticillos que saludaron a Pizarro (ya en el tercer viaje) con un himno que terminaba diciendo “Molina /Jesucristo – Molina / Jesucristo”.
Las capullanas se fueron sucediendo hasta bien entrado el siglo XVIII. La referencia más tardía habla de Carmen Colán, capullana con vista al mar, que ejerció el mandato hasta 1871. Capullanas hay retratadas en los dibujos de Martínez Compañón. Allí se las puede ver con su vestimenta singular.
Se ha pensado que el nombre capullana viene del español “capuz”, que alude a una prende da vestir muy similar. Felizmente, María Rostworowski advirtió que viene de la lengua tallán, en la cual “se decía al hijo icuchin y a la hija icuchin capuc, o sea que capuc debía indicar el género femenino, mientras los sufijos lla y na eran sufijos añadidos a la raíz que indicaban posiblemente el rango”.
Las capullanas mantuvieron sus privilegios femeninos hasta bien entrado el virreinato. El cronista Martín de Morúa cuenta haber visto a fines del XVI o comienzos del XVII uno de aquellos maridos abandonados quejarse amargamente de su desgracia. Lágrimas de hombre que gustoso habría llorado el suscrito a cambio del amor y caricias de una capullana.
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