Ahí donde Alejandro Toledo decía «No supe comunicar mis obras» cuando explicaba qué había fallado en su proyección política ante la ciudadanía (lo que derivó —según él— en su baja aprobación como mandatario), hoy el líder del Partido Nacionalista asevera que «le faltó tiempo» y que «como los días solo tienen 24 horas» no pudo hacer todo lo que habría querido durante su gestión.
La excusa es torpe, falsa y difícilmente apelará a la comprensión de los millones de peruanos que ya cuentan los días para que él y su graciosa consorte se despidan de Palacio de Gobierno. Ollanta Humala prometió cambios sociales y un manejo más equitativo de la economía del país, ¡y hoy se despide intentando cuidarle las espaldas a las AFP! Encima, sin éxito. Y esto para citar solo un caso de los muchos que terminaron desdibujando su relación con la opinión pública.
¡Y si habláramos de los escándalos…!
Humala no solamente no supo ser el líder que el país requería, sino que —de facto— compartió un ámbito de poder que era indelegable: la jefatura misma del Ejecutivo, permitiendo y hasta auspiciando con entusiasmo digno de mejor causa que Nadine Heredia, a quien nadie había elegido, se tomara múltiples atribuciones de gobierno. Los resultados, en cuanto a credibilidad presidencial, hoy están a la vista.
El mandatario jamás aceptó que actuaba erráticamente. Claro, ‘él no era culpable de nada’, todo era una maquinación permanente del aprismo y del fujimorismo para perjudicarlo.
Así de simple: las fallas eran de otros y sus aciertos (fundamentalmente ligados al campo se los programas sociales) sí eran creación heroica de él y su esposa. Ahora, sin un partido real y carente de una representación mínima en el Parlamento durante el próximo lustro (no tuvieron candidatos municipales ni regionales en 2014, ni presidencial y congresales en 2016), el resultado no puede ser más esperpéntico.
Pero ya lo ven: Ollanta y Nadine jurarán y jurarán que «les faltó tiempo».