El pecado de ganar

Para el futuro, hay que prohibir que los ganadores se la lleven toda.

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Una nueva tesis que revoluciona la ciencia política viene siendo difundida por intelectuales, políticos y periodistas en el Perú: es bueno ganar elecciones, pero no por amplio margen, pues las mayorías congresales son negativas.

Da lo mismo que esas mayorías sean fruto de la democracia y la voluntad del pueblo que se expresa libremente en las urnas. Eso es un simple trámite. Asunto menor. Al fin y al cabo, lo que manda es la calle, la plaza, la marcha, sin importar que sea de los cuatro suyos o de las cuatro cuadras.

De pronto, caemos en cuenta de que lo que facilita la gobernabilidad no es que el presidente y el Congreso puedan llegar rápidamente a acuerdos por pensar de manera cercanamente similar. Ahora aprendemos que lo que hace más gobernable un país es que ambos se confronten.

Nos damos cuenta ahora de que la experiencia de los sesenta con un presidente de la alianza AP-DC que gobernaba con un Parlamento tomado por la coalición APRA-UNO fue una simple anécdota. O que el hecho de que los alcaldes entren a gobernar con mayoría automática en los concejos municipales es un error por corregir urgentemente.

A propósito: los partidos en Perú o en Estados Unidos deben ser manejados por desquiciados y tontos, pues su meta es tratar de conseguir la mayor cantidad de representantes. Y por cierto, el primer ministro inglés David Cameron, debe ser un dictador por gobernar desde el año pasado con mayoría absoluta.

¿Será que una de las reformas políticas tenga que ser prohibir que un partido obtenga más de, digamos, el 40% de los escaños? Y para andar de onda con la “inclusión” y la acción afirmativa, ¿por qué no incorporar que cada partido que pase la valla tenga un mínimo de veinte congresistas? ¿O veinticinco? ¿O treinta?

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